Don Pancho Soberano: ¡donde encuentras de todo!

En la calle Arcadio Zentella, justo en la esquina que coincide con la avenida Pedro Méndez de la colonia Centro de Cunduacán, hay una tienda de abarrotes, común pero no corriente porque es distinta a las demás: es la tienda de don Pancho Soberano.

La diferencia es simple: don Pancho vende de todo. Es el comerciante más conocido del municipio. Dicen que si quieres comprar al diablo, él lo tiene listo para embolsarlo y llevártelo.

En medio de clavos, cremas, plásticos, candados, faroles, ganchos, termos, medicamentos, aerosoles, fibras, machetes y un sinfín de productos de todo tipo; sentado en un banco de madera, don Pancho pela cebollas. Junto a él, del lado izquierdo, un costal de color verde lleno de cebollas blancas y a su derecha, un huacal donde pone las cebollas limpias, sin cáscaras.

El lugar huele ligeramente a cebollas. Quizás lo han hecho llorar, tiene una mirada con ojos tristes, poco apreciables por los lentes de botella que reposan sobre su chata nariz. Pequeños pedacitos de cáscara de cebolla han caído sobre su regazo, ensuciando su pantalón de vestir negro y su guayabera de mangas cortas color crema, como las que usualmente utiliza. Con voz ‘quedita’ y timidez, que se ve reflejada en sus respuestas alegres pero muy poco extensas, platica acerca de su vida y su negocio.

Francisco Soberano Santiago nació en Cunduacán, Tabasco un 10 de noviembre de 1946. Recientemente llegó a las 7 décadas y cada día tiene menos cabello y más arrugas.

Han pasado casi 30 años desde que inició su negocio. Tenía unos 40 años y empezó vendiendo golosinas: galletas, refrescos… pero también lo de primera necesidad como maíz, azúcar, frijol, arroz y aceite.

Trabajó con un patrón que le enseñó “más o menos con el changarro”, le dejó conocimientos y aprendió mucho de él. Por eso sabe vender de todo un poco.

Cuando abrió el negocio no había calle en la zona. Hubo un presidente, ya no recuerda cuál de todos, que hizo varias obras y entre esas obras, construyó la calle de alrededor. Ahí fue cuando decidió ampliar el local, “para que tuviera más vista”.

Abarrotes don Pancho abre sus puertas de lunes a domingo, desde el amanecer, a las 6:30 de la mañana y cierra después de las 10 de la noche. Los viernes, al llegar la nueva mercancía, el trabajo puede extenderse unas horas más, quizás hasta la madrugada.

Don Pancho se dedica completamente a su negocio. La atención es totalmente personal, que incluso, la mayor parte de sus clientes se han convertido en sus amigos por la frecuencia con que llegan a comprar desde hace años.

Con él, son seis empleados en su abarrotera. Se cuenta como uno. Hay dos que tienen ya algún tiempo trabajando con él, pero por su tienda han pasado muchos “chalanes” y cajeras. Y como es su propio empleado, no es extraño ver a las personas que llegan buscando a “don Panchito” para que les venda lo que buscan.

“Echándole ganas al trabajo” se ha superado, a pesar de la competencia que tiene de tiendas nacionales. Muchos cunduacanenses prefieren ayudar a la economía de Cunduacán a través de compras a la tienda de abarrotes de don Pancho.

A pesar de eso, la crisis y los problemas que enfrenta el país, el estado y el municipio sí han golpeado su negocio. La delincuencia, por ejemplo. Él y sus empleados viven con temor por los maleantes que acechan a cada rato. Los han asaltado en dos ocasiones.

Sin embargo, el comerciante más conocido, también es creyente. Dice que gracias a Dios nunca se doblan, siempre le echan más ganas, no se achicopalan, como dicen por ahí…

Fuera de su tienda, en las paredes y en la publicidad del negocio, hay unas caricaturas de él, sonriendo y haciendo la seña de amor y paz con los dedos, con la leyenda “DON PANCHO: DONDE ENCUENTRAS DE TODO”.

“El muchacho fue el que inventó eso, bueno, uno de los muchachos” dice al preguntarle de dónde surge la idea de poner esas ilustraciones de su rostro.

Francisco Soberano se refiere a sus hijos como “los muchachos”. ¿Y cuántos hijos tiene? Responde, entre risas pícaras, dudando un poco: “son como 10”. ¿Y los nietos? Cuenta: “1, 2, 3, 4…” y luego se queda en silencio, hasta decir que son 12.

Sus hijos se llaman Rafael, Sergio, Carmen, “Moi”, “Lupe”, Cristian, Flavio, Francisco (+) y Adriana, la única mujer.

Rafael y Sergio han seguido el ejemplo de su padre, también tienen tiendas de abarrotes, al mayoreo y menudeo, en otros puntos de la ciudad. “Lupe” es el administrador de su papá, siempre está al pendiente de lo que suceda en el conocido local.

Don Pancho y su familia son un ejemplo claro de trabajo arduo, de crecimiento, de humildad, de amor al municipio y de ganas al hacer sus actividades diarias todos los días del año, siempre pendientes, siempre amables, siempre comerciantes. Comerciantes de los buenos.

Nunca verás a este señor haciendo la seña de amor y paz como en la caricatura de la publicidad, pero definitivamente sí lo verás regalando llaveros con su ilustración y también sonrisas humildes.

De su vida personal, de las mujeres que formaron parte de su vida y de su infancia decide no hablar. Es reservado. Pero su negocio, como muy pocos, se convirtió en punto clave del municipio, es parte de la historia del pueblo.

Abarrotes en general, productos de acuerdo a la temporada, pago de servicios, piñatas, productos de repostería, desechables, productos típicos del estado, herramientas, químicos… cada día se agregan más cosas al local de aquella esquina, con paredes color amarillas y al que, definitivamente, siempre vuelves a buscar lo que no encontraste en ningún otro lugar.